25 años de la Dolarización en Ecuador: Logros y Desafíos
La dolarización ha sido la reforma institucional más duradera de la historia del Ecuador. No inauguró el nirvana, pero evitó que el socialismo del siglo XXI hiciera un desastre como en Venezuela.
En la noche del domingo 9 de enero de 2000, el presidente Jamil Mahuad sorprendió al pueblo ecuatoriano con un anuncio por televisión: “He llegado a la conclusión de que la dolarización es conveniente y necesaria. Nuestros estudios dicen que la cotización del dólar debe ser 25 mil sucres”. Mahuad, quien no tenía poderes constitucionales para dolarizar, pues le correspondían al Banco Central, cuya cúpula estaba en contra, les pidió las renuncias a los directores que se oponían. Explicó que la cotización del dólar debía ser 25 mil sucres y que eso quería decir que “que el Banco Central y el Gobierno garantizan que cada vez que ustedes quieran comprar un dólar, si pagan 25 mil sucres lo van a tener. Y ese precio quedará congelado”.
Fue una apuesta fuerte. La economía ecuatoriana aún no terminaba de recuperarse de una sucesión de fuertes shocks durante los últimos años del milenio: una cruenta guerra con Perú, los efectos de un “Niño” particularmente devastador para los productores de banano y camarón, una década de caída sostenida en el precio del petróleo, déficit fiscal creciente (en gran parte monetizado) y una crisis financiera en 1999 que había diezmado el sistema bancario y empujado al país a un default de sus bonos Brady. En la primera semana de 2000 el sucre había perdido casi 20% de su valor frente al dólar. El mercado ya anticipaba una hiperinflación. En el plano social el panorama era aún menos alentador: la tasa de desempleo alcanzaba 14,4% y la tasa de pobreza, 56%. Como si esto fuera poco, dos semanas antes, un respetado ex gerente general del BCE había declarado públicamente que una dolarización era inviable porque no había reservas.
Como explicaría luego el propio Mahuad: “Cuando decido dolarizar, dolarizo sin el Fondo [Monetario Internacional], sin el Banco Central, con la mitad del Congreso desde el centro hacia la izquierda todos en contra, contra los sindicatos, contra la dirigencia indígena, contra un montón de ONG, contra un montón de opiniones de personas ilustres en economía que era una barbaridad dolarizar, contra todo eso [...] fue una decisión durísima de tomar porque había un montón de gente en contra”.
Esta oposición se materializó pocos días después, el 21 de enero, cuando un golpe de estado liderado por el coronel Lucio Gutierrez derrocó a Mahuad. El interregno militar fue efímero. Luego de intensas negociaciones, al día siguiente, asumió el poder el vicepresidente Gustavo Noboa, quien decidió avanzar con la dolarización. Irónicamente, en las elecciones presidenciales de 2002, Gutierrez resultó ganador. Derrocado a su vez por otro golpe en 2005, hoy es uno de los defensores más acérrimos de la dolarización.
Han pasado 25 años desde la valiente decisión de Mahuad. Durante este período, además de dos golpes de estado, la dolarización ecuatoriana sobrevivió la crisis financiera global de 2008, diez años de socialismo del siglo XXI bajo Rafael Correa quien llevó el gasto público a un máximo histórico de 47% del PBI en 2013, generando déficits fiscales que promediaron 3,5% del PBI entre 2007 y 2017 y un aumento de la deuda pública de 30% al 47% del PBI durante ese mismo período, dos defaults de su deuda soberana (uno oportunista en 2008 y el otro en 2020 producto del descalabro fiscal heredado de Correa), una caída de 64% del precio del petróleo, principal exportación del país, entre 2011 y 2016, una crisis bancaria en 2015, un fuerte terremoto en 2016, la crisis de Covid en 2020-21 y una profunda crisis política que llevó a la renuncia del presidente Lasso en 2023. A pesar de todo, una amplia mayoría de ecuatorianos quiere que el dólar siga siendo la moneda de su país.
La dolarización ha durado más tiempo que cualquiera de las constituciones promulgadas en Ecuador desde 1830. Los beneficios son tangibles. El año 2024 cerró con una tasa de inflación anual de 2,8% y desde 2001 ha promediado 4% (en los últimos diez años fue inferior a la de Estados Unidos). La pobreza y el desempleo cayeron, el crédito al sector privado se expandió, la economía creció modestamente, se estabilizó el tipo de cambio real y las exportaciones se diversificaron. A pesar de que su PBI es un 20% del de Argentina, a fines de 2023 su sistema financiero tenía prácticamente del mismo tamaño. A esa fecha el banco privado más grande de Ecuador tenía un balance comparable al del principal banco privado argentino.
Pero la dolarización no inauguró el nirvana para Ecuador. Imposible que lo hiciera. Simplemente le quitó un arma letal a Rafael Correa, quien gobernó sin interrupción entre 2007 y 2017 con el Congreso y el Poder Judicial dominados. Con el sucre, Ecuador podría haber terminado como Venezuela, o, en el mejor de los casos, como la Argentina, donde el kirchnerismo recalcitrante llevó a la economía al borde de la hiperinflación. Entre 2007 y 2023, período de surgimiento, auge y decadencia del populismo socialista en ambos países, el PBI por persona ocupada creció 1,2% por año en Ecuador y 0,0% en la Argentina. Aunque la dolarización indudablemente moderó el daño infligido por el populismo socialista de Correa no lo eliminó por completo.
Algunos críticos señalan que en 2023 Ecuador tuvo la tasa de homicidios más alta de América Latina después de Jamaica como si esto tuviera algo que ver con la dolarización. El argumento es absurdo. El Salvador, también dolarizado, tuvo la tasa de homicidios más baja de la región. En 2022, Rosario, con curso legal del peso argentino, tuvo una tasa de homicidios comparable a la de Ecuador ese año.
La experiencia ecuatoriana encierra alguna lecciones importantes para otros países que consideren adoptar el dólar como moneda de curso legal. La primera es el riesgo de complacencia. La dolarización es un arma muy efectiva para eliminar para siempre la inflación y eso lleva a los políticos a “sentarse en los laureles” y no avanzar con reformas estructurales (o directamente revertirlas como lo hizo Correa).
Otra lección es que adoptar el dólar como moneda de curso legal no asegura la calidad del dinero generado por los bancos (inside money) que constituye la mayor parte de lo que consideramos dinero. Para ello es necesario quitarle al poder político la posibilidad de financiar sus déficits con las reservas internacionales y las reservas bancarias (encajes), tal como lo hizo Correa. Esto implica “cerrar” el banco central y trasladar sus funciones de regulación y supervisión a una superintendencia de bancos profesional e independiente. También es necesario contar con un sistema bancario competitivo y plenamente integrado al resto del mundo cuyas reservas (encajes) no puedan ser indebidamente “apropiados”.
¿Podrá Ecuador mantener la estabilidad que consiguió con tanto sacrificio? Difícil saberlo. Los desafíos son inmensos. Algunos políticos añoran la “maquinita” pero, por ahora al menos, tienen al electorado en contra. Lo que hoy más complica el futuro de Ecuador es la pesada herencia de Correa: un exceso de gasto, deuda estatal e intervención estatal. Hace falta una motosierra como la de Milei. Si no se corrige esa herencia el crecimiento será mediocre. La estabilidad es condición necesaria pero no suficiente para que la economía crezca de manera sostenida.
Analizando la experiencia ecuatoriana desde la Argentina la pregunta inevitable es: ¿cómo nos hubiera ido si la ley de convertibilidad hubiera durado 25 años o si en 1999 Menem hubiera avanzado con la dolarización oficial? Si aquella experiencia es indicativa, hoy el PBI per cápita sería más alto y la tasa de inflación promediaría 3% por año.
La dolarización tiene sus costos, especialmente la pérdida de flexibilidad de la política económica. Pero fue justamente esa flexibilidad en manos de gobiernos populistas elegidos democráticamente la que nos llevó a una estanflación secular. Tener flexibilidad para hacer mal las cosas profundiza la decadencia.
Me encanto el cierre... tener flexibilidad para hacer las cosas mal, es lo que nos llevó a una estanflación secular... y profundizó la decadencia...
Estoy convencido que argentina tiene que dolarizar para evitar volver a los malos manejos... de manera definitiva. Sin embargo, (y entiendo no es el motivo de este blog) ansío aún más que "la empecemos a ver" y hablar del camino de salida, de bajar impuestos, de cómo mejorar la competitividad, desarrollar sectores estratégicos (crecer nuestra economía...) Cuales son las industrias o servicios en los cuales queremos liderar a nivel mundial? No alcanza con ser un exportador de materias primas...
Espero sinceramente que el gobierno de Milei avance cuanto antes hacia una dolarización. Lamentablemente en Argentina la vuelta a las andadas es extremadamente probable.