Ésta es la historia de lo que le sucedió a Dema Gogo, gobernante de un país dolarizado en una región subdesarrollada del mundo, cuando descubrió que podía emitir su propia moneda. La historia comienza con una conversación que él tuvo con el mismo Diablo, el día después de su toma de posesión como Presidente de la República. Tomándose una copa de coñac y fumándose un puro Habano en la terraza de Casa Presidencial, gozando de la vista de las espectaculares plantas tropicales que crecían en el jardín, un piso abajo, él estaba pensando en cómo asegurar su reelección cinco años después. Él tenía muchas ideas pero no dinero. Fue en ese plácido momento que el vio a la familiar figura acercándosele.
—¡Hola, Diablo! —dijo Dema Gogo—Tómese un coñac y fúmese un Habano conmigo.
—Hola, Dema—dijo el Diablo, sirviéndose un coñac y sentándose a la par del gobernante, de tal manera que ambos miraban hacia el jardín. Sentándose de esta manera, viéndose no el uno al otro sino a un objeto común, les dio a ambos un sentido de intimidad, de propósito común.
—Tengo una propuesta para usted, Excelencia—dijo el Diablo.
—¿Una propuesta? Quizás quiera decir un pacto. Usted es conocido por ésos.
—¿Un pacto? No, Señor Presidente, no me atrevería. Su campaña dijo que usted es incorruptible.
—Bueeeeno, no le preste mucha atención al lenguaje de campaña—dijo Gogo—Un político siempre escucha propuestas. Esa es la política, usted sabe. Propuestas, arreglos, pactos. Yo le vendería mi alma por un precio razonable, digamos el precio de todos los activos juntos del país. No crédito, por supuesto. Sólo efectivo.
—No quiero sonar ofensivo, Señor Presidente. Yo recordaré su amable oferta pero pagar esa cantidad sería demasiado para mí en este momento. No tengo mucho efectivo. Usted entenderá.
Gogo se rió y levantó su copa.
—Compartimos ese problema. ¡Bebamos por esto!
—Si usted me deja hablar de ese problema—dijo el Diablo, sorbiendo de su copa—déjeme decirle que acabo de estar con el Dr. Werner von Bankarrot allá abajo, en mis dominios. Él acaba de llegar. Hombre brillante. No muy confiable, sin embargo. Él era un macroeconomista en la tierra, usted sabe.
—Son peores que nosotros los políticos. No repita esto, por favor.
—Yo se, tengo muchos de ellos allá abajo. Un gran equipo, realmente. Han logrado muchas hazañas para mí—dijo el Diablo. Luego continuó—Bueno, en todo caso, él tiene una gran idea. Yo le dije sobre mis problemas de efectivo y él dijo que debía de emitir el dinero del Infierno. Yo le dije que no necesitaba dinero local porque no hay transacciones en el Infierno. Sólo necesito efectivo para mis operaciones en el extranjero...es decir, como por aquí, en la tierra, usted entiende. Eso significa que tienen que ser dólares, usted sabe. Pero, entonces, cuando él me explicó sus ideas, yo pensé que quizás usted pudiera usarlas. Usted debería de emitir su propia moneda, el gogo, con su cara impresa en cada moneda y billete.
—¡Oh, eso no es una idea brillante! ¿Qué puedo lograr de tener mi propia moneda? No estoy seguro de que quiero mi cara por todos lados. Es una de mis debilidades, usted sabe, de acuerdo a la firma de Miami que manejó mi campaña.
—El Dr. Von Bankarrot me explicó los beneficios que usted puede obtener. Esto es lo que él dijo. Imagínese que el país es un tablero gigantesco de Monopolio. Usted usa papelitos de Monopolio para jugar Monopolio, ¿no es cierto? Ahora imagine que usted fuerza a toda la gente a darle a usted los dólares para el dinero que ellos necesitan para operar dentro del país. ¡Usted obtiene los dólares, ellos los papelitos del juego de Monopolio, y usted puede imprimir tantos de estos papelitos como quiera! ¡Es como si tuviera el banco de Monopolio para su uso exclusivo! Usted cae en Plaza del Parque con hoteles y no se preocupa. Usted sólo toma el dinero del banco. Si usted quiere comprar más propiedades, sólo tome más dinero. ¿Entiende? ¡Y, además de esto, usted tiene el dinero de verdad, los dólares, y puede usarlos!
—¿Me quedo con ellos, personalmente? —preguntó Dema, con los ojos comenzándole a brillar.
—Bueno, no, Señor Presidente. Eso ya sería otra cosa. Los dólares los tendría el Banco Central. Pero el Banco Central podría depositar este dinero en Nueva York y su gobierno obtendría los intereses. ¿La agarra? Y ese es dinero de verdad. El Dr. Von Bankarrot me dice que a eso se le llama señoreaje, el impuesto que el gobernante impone a sus súbditos por dejarlos usar el dinero local. ¡Usted gana, Dema, no importa lo que pase!
Gogo volteó a ver al Diablo con la boca abierta.
—¡Esa es una idea brillante!
Entonces tornó sus ojos hacia arriba, pensó por un momento y preguntó:
—Pero, ¿Qué saca usted de esto? Usted me ha dado la idea y yo no he firmado nada.
El Diablo lo miró con dulce inocencia.
—Considérelo como un bono por una relación larga y rentable.
Y así Dema Gogo creó el gogo y emitió una decreto mandando que todas las transacciones en el país tendrían que ser denominadas en la nueva moneda. Se estableció un Banco Central, manejado por el eminente financiero Don Santiago de la Insolvencia, para emitir los gogos y manejar los dólares obtenidos de la población. Don Santiago estableció una regla que permitía al Banco Central emitir gogos sólo cuando los ciudadanos los compraran con dólares. La tasa de cambio era de 1 a 1, de tal manera que el Banco Central mantenía en reservas un dólar por cada gogo en circulación. Don Santiago explicó a Dema que eso se llamaba una caja de convertibilidad.
Dema Gogo se sintió enormemente feliz viendo las enormes cantidades de dólares entrando a los cofres del Banco Central cuando los ciudadanos los cambiaban por gogos. Su felicidad, sin embargo, se tornó en furia cuando de la Insolvencia le dijo que él podía usar sólo los intereses en los dólares, y no el total, para sus proyectos preferidos.
—¿Por qué no la cantidad entera? —preguntó el gobernante, sospechando que de la Insolvencia estaba haciéndole truco.
—Porque tenemos que mantener reservas, Señor Presidente. Este tablero de Monopolio no es autosuficiente. No todas las cosas que la gente necesita pueden comprarse en el tablero. Tenemos que importar cosas, la gente necesita viajar, y para esto necesitan dinero de verdad. Nadie acepta gogos si no se ve forzado a hacerlo. Así que tenemos que estar listos para vender dólares cada vez que ellos quieran cambiarlos por gogos.
—¡Pero yo quiero imprimir tanto dinero como quiera—gritó Gogo, recordando lo que el Diablo le había dicho.
—No es tanto así—dijo el banquero—Mientras más dinero usted imprima, mayor es la necesidad de dólares para importar. Así, mientras más dinero usted imprima, más dólares necesita.
—Entonces, cuál es la ventaja de tener gogos?
—Usted todavía le quita a los ciudadanos los intereses de los dólares reales que permanecen en el país, que son alrededor del 5% de estos. Eso es mucho dinero, Su Excelencia. El interés es tan importante que tiene un nombre. Se llama el señoreaje.
—Yo no quiero mis proyectos disminuidos en un 95%—rugió Gogo.
Llamó al Diablo de nuevo.
—¡Este es un fraude! —le dijo—¡una ilusión! ¡Sólo me dan el 5% del banco de Monopolio!
El Diablo sonrió.
—Eso es porque Santiago de la Insolvencia está obsoleto. El estableció lo que se llama un caja de convertibilidad. Eso no es lo que el Dr. Von Bankarrot tenía en mente. De la Insolvencia ha ignorado algo que los expertos llaman el “float”. No todos los dólares salen del país. Hay siempre una cierta cantidad que siempre está adentro, al que ellos llaman el “float”. Usted puede gastar esa parte de las reservas, seguro de nadie nunca lo va a retirar. Emita gogos contra esas reservas y verá que nada pasará, excepto que usted estará gastando más.
—¿Y cuánto sería ese float?
—Von Bankrott estima que, en promedio, sólo el 20% de las reservas fluctúa. Usted puede usar el 80% restante.
—Usted me está empezando a gustar, Diablo—dijo Gogo.
—Yo siempre le he gustado. Lo sé en mi corazón—contestó el Diablo.
Gogo llamó a de la Insolvencia y le dijo que deshiciera la caja de convertibilidad y que inmediatamente emitiera un préstamo al gobierno por el equivalente del 80% de las reservas. El préstamo financiaría los puentes Gogo, las carreteras Gogo, las estatuas de Gogo y así, todas las cosas que Gogo había soñado con construir para perpetuar su memoria y ganar la siguiente elección. En los siguientes meses, todas estas obras fueron comenzadas. No sólo esto. El país estaba inundado de dinero y un boom de bienes raíces estaba en progreso. La Asociación de Propietarios de Bienes Raíces le dio una condecoración de oro. El gobernante estaba satisfecho y gozaba sus puros del atardecer más que nunca.
El Presidente del Banco Central, siempre aprehensivo, llamó a Gogo para decirle que las reservas de dólares estaban cayendo.
—¿A quién le importa, de la Insolvencia? No sea gallina. Sabíamos que iban a caer. Es el “float”. ¡Todo el mundo ama los gogos ahora!
A Gogo le encantaba decir “float”. Era una palabra técnica, como señoreaje, pero ésta última no la podía pronunciar.
Un día, el Ministro de Obras Públicas, Rodrigo Diez Porciento, lo visitó.
—Su Excelencia—le dijo—Estoy teniendo problemas comprando propiedades y materiales. Los ciudadanos comunes los están demandando también y están ofreciendo precios cada vez más altos. Hay muchos gogos circulando desde que la caja de convertibilidad fue terminada. Para asegurar la compra de terrenos y materiales tenemos que ofrecer precios más altos.
—No te preocupes, Diez Porciento, paga sólo un poquito más que el sector privado. Eso será suficiente.
Unos meses después, Diez Porciento lo visitó otra vez. Le mostró una libreta con números.
—Su Excelencia—dijo—Vengo con malas noticias. Los costos están excediendo nuestro presupuesto considerablemente. No podremos terminar ninguno de sus proyectos si no tenemos más dinero. Estamos 25% abajo.
—¿Cómo es posible? Te dije que pagaras sólo un poquito más que el sector privado para lo que necesitas. ¡Ahora me apareces con que falta un 25%!
—He estado pagando sólo un poquito más que el sector privado. Pero lo que los privados ofrecen ha estado aumentando consistentemente. Para ganarles, tengo que ofrecer cantidades cada vez mayores.
Gogo llamó al Presidente del Banco Central.
—Su Excelencia, yo he estado tratando de entrevistarme con usted—dijo de la Insolvencia antes de que Gogo pudiera hablar—Estamos perdiendo más reservas que lo que habíamos pensado. El país está importando más que nunca. Estoy preocupado de que podemos perder más reservas que lo que nos podemos permitir. También, con la continua creación monetaria, los precios de todo están subiendo rápidamente y la gente está protestando. Dicen que sus políticas son “inflacionarias”. ¿Podría decirle a Diez Porciento que corte sus gastos?
Entonces Gogo leyó un manifiesto que la Asociación de Propietarios de Bienes Raíces había publicado en los periódicos.
El Presidente Gogo está jugando el juego del Gato-de-un-Millón-de-Gogos-por-Dos-Perros-De-Medio-Millón con nosotros. Vendimos nuestras propiedades a precios muy altos pero cuando quisimos reemplazarlas encontramos que todas las propiedades estaban igualmente caras, de tal forma que los precios altos eran sólo un espejismo. Estamos tan pobres como siempre. Y más.
Gogo llamó al Diablo otra vez.
—Mire lo que está pasando aquí. Tenemos inflación fuerte y estamos perdiendo reservas. Ahora Santiago de la Insolvencia dice que debemos cortar gastos mientras que Diez Porciento dice que no podrá terminar mis obras a menos que consiga más dinero. ¡Yo sabía que no podía confiar en usted!
El Diablo fingió estar ofendido.
—Dema, viejo amigo, ¿como puede decirme esto? El Dr. Von Bankarrot dice que todo lo que tiene que hacer es devaluar su moneda.
—¿Devaluar? ¿Qué quiere decir?
—Hoy, usted está vendiendo un dólar por cada gogo cuando la gente importa cosas. Mañana usted debería de subir el precio de los dólares a dos gogos. La gente no podrá comprar tantos dólares como ahora.
Gogo vio al Diablo con ojos que casi se le salían de las cuencas.
—¡Tiene razón, Diablo! Esa es la solución.
Y el día siguiente, Gogo devaluó la moneda. La demanda por dólares cayó inmediatamente. Temprano en la mañana recibió una llamada del Presidente de la Asociación de Exportadores.
—Estamos bien felices, Su Excelencia. El equivalente en gogos de nuestras exportaciones se ha duplicado. Como los salarios no han subido, estamos haciendo grandes ganancias.
El gobernante se sintió en éxtasis, hasta que recibió la llamada de la Señora Tessta Fo, la Ministro de Hacienda.
—Su Excelencia, estamos en graves problemas. Yo apoyé con gran entusiasmo la devaluación pero hoy he realizado que la carga de la deuda externa se ha duplicado. Ayer necesitaba un gogo para pagar un dólar de deuda; ahora necesito dos gogos y los impuestos se pagan en gogos. Tenemos que continuar inflando la economía, de tal forma que nuestros ingresos fiscales aumenten para poder servir las deudas. Lo que estoy diciendo es que usted le diga al Presidente del Banco Central que me preste más dinero. Eso inflará la economía. Pero, por supuesto, no devalúe otra vez. Sólo infle, no devalúe. Si devalúa, otra vez los dólares serán demasiado caros para pagar las deudas.
“La felicidad nunca es completa”, pensó Gogo, un segundo antes de recibir una llamada de Jaime Sindi Cato, el Ministro del Trabajo.
—Su Excelencia, estamos encarando una revuelta de los trabajadores. Ellos claman que les hemos bajado el salario con la devaluación y demandan un inmediato ajuste, que sería duplicar sus salarios, de tal manera que se mantendrían en términos de dólares.
Entonces fue el turno del Presidente del Banco Central.
—Su Excelencia, los intereses se están yendo al cielo. Han alcanzado el 100%, casi el doble de los de Brasil. Los bancos dicen que los tienen que aumentar porque si no lo hacen la gente se llevará sus depósitos a Miami. Ellos creen que usted va a devaluar otra vez. No podemos permitirnos esta fuga de capitales. No tenemos suficientes reservas, como usted sabe.
—Ya no imprima tanto dinero. Haga lo que quiera—dijo Gogo, cansado de todo este caos monetario.
El día prosiguió con una llamada de Diez Porciento.
—Su Excelencia, Santiago de la Insolvencia me dice que usted le dijo que parara la creación de gogos para prestarle al gobierno. Tessta Fo me dice que sin esos préstamos no me puede dar el dinero que necesito. Siento decirle que necesitamos más incrementos presupuestarios. Los costos de todos los bienes importados se han duplicado y representan un gran porcentaje de los costos de las construcciones. Sólo piense en el combustible y los tractores, y los camiones, y…
Tessta Fo llamó inmediatamente después.
—Su Excelencia, el déficit fiscal está aumentando rápidamente por las tasas crecientes de interés. Nuestras Letras de Tesorería están pagando 105%. No podemos costear esto.
—¡Señor! ¡Hay una manifestación que viene hacia la Casa Presidencial—interrumpió el Jefe de Seguridad—Dicen que quieren su cabeza.
En ese momento, las cinco de la tarde, el gobernante llamó al Presidente del Banco Central y le ordenó incrementar la impresión de gogos para prestarle más recursos al gobierno. Inmediatamente después, decretó que todos los salarios se incrementarían 100%, efectivo inmediatamente.
Esto resolvió todos los problemas del día, excepto las tasas de interés. Estaba feliz de haber encontrado una solución sin consultar al Diablo. Tomó una vacación en la playa.
Cuando regresó encontró al Presidente del Banco Central esperándolo.
—Su Excelencia, tenemos un problema serio. Como duplicamos los salarios, todos los precios han aumentado y estamos en la misma situación que antes, antes de que devaluáramos la moneda. Los dólares valen el doble que antes, pero los ingresos en gogos son también el doble. Estamos perdiendo reservas otra vez, y rápidamente. Las tasas de interés también están subiendo rápidamente, no porque hemos devaluado otra vez sino porque la gente piensa que vamos a seguir devaluando. Algunos están llevando sus ahorros a Miami, sin importarles las tasas de interés de allá, que sólo son de 5%. Tenemos que devaluar otra vez.
Gogo miró a de la Insolvencia.
—Pero, de la Insolvencia, si devaluamos ahora, tendremos que devaluar mañana otra vez. Esto es como ir en bicicleta sin frenos cuesta abajo.
—Si, Excelencia, supongo que sí.
Los ojos de Gogo bajaron al periódico que su asistente había dejado encima de su escritorio. El presidente de la Asociación de Exportadores estaba en la portada. Se veía indignado. El periódico lo citaba:
Las políticas del gobierno están reduciendo la competitividad del país. Nuestros costos laborales están incrementándose rápido y los precios de nuestras exportaciones no suben. Demandamos otra devaluación y ya.
En la segunda página había una fotografía del líder nacional de los trabajadores. Él también lucía indignado. Estaba diciendo:
Nos iremos a la huelga si el gobierno vuelve a devaluar y no incrementa nuestros salarios proporcionalmente.
Gogo calmó sus nervios. Hablaría con el Diablo. El Diablo siempre tenía soluciones. Gogo hubiera deseado que el Diablo pudiera ser el Presidente del Banco Central. Era una pena que no pudiera por razones constitucionales. El Diablo no era nativo del país.
Todos los demás requisitos los llenaba.
—Por supuesto tengo una solución—dijo el Diablo—Flote la moneda.
—¿Cómo es eso?
—No tenga un precio oficial para el gogo. Deje que el mercado se lo ponga. Si usted hace esto, puede seguir imprimiendo todos los gogos que quiera sin tener que ser usted el que anuncie que la moneda se devalúa. La gente comprando y vendiendo dólares por gogos pondrán el precio en cada transacción. Nadie lo culpará a usted.
El día siguiente Gogo anunció la flotación del gogo. Las instituciones internacionales lo encomiaron. El Tiempos Temporales, el periódico más influyente del país, publicó un editorial diciendo:
Nuestro eminente Presidente Gogo ha entrado en el reino de los gobernantes iluminados al adoptar el régimen monetario más flexible de todos. Ahora, de acuerdo a lo que dicen nuestros asesores macroeconómicos, estaremos libres de las idas y venidas de los mercados monetarios internacionales. Somos, al fin, soberanos en asuntos monetarios. Podemos ejercer lo que los expertos llaman “política monetaria” y dejar que los mercados se cuiden ellos solos.
Gogo se sintió feliz otra vez.
Pero no mucho tiempo pasó antes de que su nueva calma fuera interrumpida por una llamada del presidente del Banco Central.
—Su Excelencia, nuestra moneda no está flotando sino hundiéndose. La inflación se mantiene aumentando y los intereses están haciendo lo mismo. Como el gogo sigue devaluándose, las tasas de interés son demasiado altas para prestar. Sólo malos clientes toman préstamos a estas tasas y encaramos el prospecto de una crisis financiera, ya que los malos préstamos se acumulan. Al mismo tiempo, algunos están llevándose el dinero a Miami. Tenemos que reducir los intereses y dar confianza a la gente.
Gogo nunca había dado pensamiento a que esto pudiera suceder.
—No quiero ir de vuelta al Diablo. Me meto en problemas cada vez más graves cada vez que lo veo. Además, no quiero darle la impresión de que no puedo manejar el país sin su consejo.
—Yo tengo una solución—dijo de la Insolvencia—Dejemos que los ahorrantes depositen sus recursos en cuentas en dólares en nuestros bancos. Con esas cuentas, ellos estarán protegidos contra la inflación y las devaluaciones. Las tasas de interés en esas cuentas caerán. Entonces los bancos podrán prestar a tasas más bajas, en dólares por supuesto.
Esto fue hecho. Los depósitos crecieron en las cuentas en dólares, que pagaban tasas de interés mucho, mucho más bajas que las en gogos. La gente, sin embargo, no quería tomar prestado en dólares porque las devaluaciones aumentarían el valor de sus deudas en términos de gogos y ellos ganaban en gogos. Esta vez Gogo olvidó su orgullo y llamó al Diablo otra vez.
—No se preocupe—dijo el Diablo—pronto se darán cuenta de que la inflación doméstica les permitirá pagar sus deudas. Si el gogo se devalúa en 100% y la inflación de los salarios también es 100%, lo pueden hacer. Como el gogo flota, sucederá automáticamente. Es como no tener inflación, teniéndola.
Gogo se sintió feliz, pero sintió que algo estaba mal. Una voz le dijo: “Has regresado al punto de donde partiste. Esto es lo mismo como no devaluar y tener inflación cero. Es lo mismo que cuando no tenías tu propia moneda, excepto que todo es más complejo ahora”.
Aún así, Gogo llamó a de la Insolvencia. Ya estaba acelerando cuesta abajo y no tenía sentido desear que nunca debiera haber empezado a hacerlo.
—Anuncie la tasa de devaluación futura, que será la misma que la tasa de inflación, 100%. Ésta será la misma tasa a la que usted va a crear dinero también—dijo Gogo, repitiendo las instrucciones detalladas del Diablo.
—Esto es lo que las instituciones internacionales dicen que es lo mejor—dijo el Presidente del Banco Central, impresionado.
El Ministro de Obras Públicas llamó un mes más tarde.
—Su Excelencia, necesito más dinero para finalizar los proyectos. La inflación va delante de mí. Cuando trato de comprar cosas, los precios suben antes de que yo haya tenido tiempo de pagar. Uno de mis asesores me dice que esto se llama “expectativas racionales” en economía. La gente espera que la inflación sea de 100% y sube los precios antes de que lo sea, asegurando que lo sea. A este paso, no podremos terminar las obras a tiempo para las elecciones.
Gogo se preocupó seriamente. Llamó al Diablo otra vez.
—Déles un shock inesperado para cogerlos fuera de guardia, algo que ellos no esperarían—dijo el Diablo—Déle a Diez Porciento una gran cantidad de dinero, de tal forma que pueda terminar pero hágalo de tal forma que el efecto inflacionario se de hasta después de la elección. Esto es llamado “variables atrasadas”, usted sabe.
A pesar del tono seguro del Diablo, fue en esos días que Gogo empezó a tener pesadillas recurrentes de desmembramiento. Él iba en dos bicicletas, una llamada inflación y la otra devaluación y las tenía que llevar a la misma velocidad para evitar un desastre. Más tarde, comenzó a soñar que el número de bicicletas crecía. En una de esas pesadillas, él mantenía la inflación y la devaluación con sus manos, mientras que mantenía otras dos, llamadas tasas de interés y peso de la deuda externa, con sus piernas, y otra todavía con la lengua, llamada la tasa de fuga de capitales. Las peores pesadillas vinieron cuando se convirtió en pulpo, con una bicicleta agarrada con cada uno de sus tentáculos, que ahora controlaban los márgenes de los bancos, los márgenes de los depósitos en dólares y en gogos, las pérdidas y ganancias de los exportadores y los constructores que resultaban de las devaluaciones, el poder adquisitivo de los salarios, los niveles de las reservas internacionales, el float, las expectativas racionales, el señoreaje, los shocks inesperados, y así.
Con sólo dos meses para llegar a las elecciones, Santiago de la Insolvencia llamó otra vez. Había ansiedad en su voz.
—Señor, estamos en un gran lío. La gente no puede pagar sus deudas en gogos. Los intereses son muy altos porque todo el mundo espera que la tasa de devaluación aumentará. Los que deben en dólares tampoco pueden pagar porque la inflación está deprimiendo los negocios y, por esta razón, el valor en gogo de sus deudas en dólares está incrementándose más rápido que sus ingresos con cada devaluación. Los depositantes están cambiando de gogos a dólares y las reservas están colapsando. El mercado negro está floreciendo y allí el precio de los dólares está subiendo rápidamente. La tasa de cambio de este minuto es de un billón de gogos por un dólar y en el mercado negro de 1.5 billones a uno. Creo que el riesgo de una crisis bancaria es grande y no tenemos suficientes dólares para evitarla.
—Pero, ¿Por qué? Hemos garantizado que no devaluaremos por más de 100%. ¡Y dígame Su Excelencia!
—El problema es que la gente no cree que usted podrá honrar su palabra…Su Excelencia. La crisis explotará si el público percibe que el gobierno no tiene suficientes dólares para respaldar los gogos.
El Diablo regresó.
—No se preocupe. El Ministerio de Hacienda debe emitir deuda de corto plazo en dólares y pasar los recursos al Banco Central. Esto le dará los dólares que necesita. Esto es más o menos lo que hizo México en 1994.
Como Gogo no sabía lo que México había hecho en 1994, ni lo que había sucedido después, se sintió optimista. El Ministerio de Hacienda emitió deuda a 30 días pagando 12% en dólares cuando los Bonos del Tesoro de los Estados Unidos pagaban 2%. La Ministro Tessta Fo, en un impulso de vanidad, los llamó Tesstabonos. El gobierno recibió un nuevo influjo de dólares.
Tres días antes de las elecciones, sin embargo, salió un editorial en el Tiempos Temporales:
Al cerrar la edición, el gogo se salió de su curso predicho por más del 200% y después entró en caída libre en el mercado negro, que es el único que funciona en el país porque el Banco Central paró de vender dólares. Cuando Gogo entró a la presidencia teníamos una moneda estable y, aunque nuestra tasa de crecimiento no era sensacional, estábamos logrando un progreso sostenible. Ahora, tenemos la inflación fuera de control; no hay dólares para pagar por nuestras importaciones; las tasas de interés están altísimas; el valor de las deudas del sector privado es mayor cada momento al devaluarse la moneda, dejando al sector privado tan quebrado como el gobierno; y el gobierno no ha podido pagar los Tesstabonos. Por supuesto, los bancos tienen grandes cantidades de gogos, que el Banco Central está imprimiendo como loco, pero éste no puede emitir lo que la gente quiere: dólares. Esto da al traste con la idea de que el Banco Central puede actuar como prestamista de última instancia.
Nosotros apoyamos a Gogo cinco años atrás. Queremos compensar al país por este error ofreciendo un premio por su alma de un trillón de gogos.
El teléfono sonó cuando Gogo terminó de leer el editorial.
—Gogo—dijo de la Insolvencia—tenemos una corrida en los bancos. La gente cree que el gogo se devaluará por más que cualquier monto que usted anuncie y continúan cambiando sus gogos por dólares, ahora a una tasa aterrorizante. Estoy a bordo de un avión que acaba de despegar hacia un destino que prefiero dejar desconocido. Cuando salí del Banco Central, nuestras reservas eran 50 centavos. Hay motines frente a los bancos. Por favor acepte mi renuncia.
Gogo oyó un sordo tremor. Primero se sentía lejos, pero pronto se dio cuenta de que se estaba acercando, y rápido. El suelo estaba vibrando con fuerza creciente. Entonces oyó el horrible sonido de ventanas quebrándose y pasos, miles de pasos subiendo las escaleras a gran velocidad.
—¿Qué pasa? —preguntó a su asistente.
—Una multitud quiere agarrarlo—dijo ella, corriendo hacia el helicóptero presidencial, que despegó tan pronto ella se subió, llevando al cuerpo entero de guardaespaldas de Gogo y la maleta de dólares que Gogo había mantenido en su oficina para momentos como éste.
Gogo saltó al jardín y corrió como alma que lleva el Diablo, buscando un escondite. Lo encontró en una grutita que él había usado para tomarse algunos tragos con sus amigos. Se sentó por un momento, y entonces dejó ir un grito ahogado. Había alguien adentro.
Era el Diablo.
—¡Huy! ¡Me asustó! —dijo Gogo.
—¿Qué está sucediendo, amigo mío? —preguntó el Diablo.
—Una multitud me está persiguiendo.
—¿Y qué les hizo usted a ellos?
—Nada. No son razonables. No entienden lo difícil que es manejar la moneda.
—¿Qué dicen ellos?
—¡Mire! —dijo Gogo, pasándole la arrugada página del periódico con el editorial.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Gogo mientras el Diablo leía con gran concentración—¿Cómo puedo hacer que la gente tenga confianza en mi moneda?
—¡Ah, usted debería de haberla abolido! —dijo el Diablo—Aunque supongo que ahora es muy tarde.
Y, antes de que Gogo pudiera responder, el Diablo caminó hasta la entrada de la caverna y gritó:
—¡Aquí está!
Anonadado, Gogo salió corriendo de la gruta pero, en su carrera, se paró en una piedra lisa, cayó hacia atrás y se rompió la nuca. Murió instantáneamente.
Gogo despertó en el otro mundo. Él esperaba ver una Corte Celestial, con Dios presidiendo, pero lo único que vio fue su viejo amigo el Diablo, que lo estaban amarrando con cuerdas de acero mientras le daba instrucciones a los Diablos menores sobre el horno específico al que debían llevarlo. Una vez terminó de amarrarlo, el Diablo puso un rótulo sobre él. Decía “Propiedad del Diablo”.
—¡Hey! —dijo Gogo—Me merezco un juicio. Yo nunca le vendí mi alma. El Diablo sonrió.
—Anoche compré el Tiempos Temporales y, como usted sabe, hice una oferta pública por su alma, que me fue llevada por la multitud que lo persiguió esta mañana. Pagué un trillón de gogos, que, me dice el Dr. von Bankarrot, cuando sumado al trillón que pagué por el periódico, es el precio de todos los activos de su país.
—¡Yo nunca firmé nada!
—No había necesidad. Lo tengo grabado diciendo que usted me vendería su alma si yo pagaba esta cantidad. Yo inscribí esta opción en la Bolsa de Chicago, de la cual soy miembro, y luego la ejercí.
Cuando los diablos menores lo iban llevando a su horno, el Diablo le dijo:
—A la tasa de cambio de hoy en el mercado negro, pagué un dólar cincuenta. Fue un precio justo.