Frecuentemente escucho a gente supuestamente bien informada decir que una dolarización sería inconveniente porque “encarecería” el precio en dólares de los bienes y servicios que produce la economía argentina. Supuestamente, al dolarizar, el sector privado perdería competitividad, ya que su productividad es muy inferior a la del sector privado norteamericano.
Esta es probablemente una de las objeciones más absurdas que se pueden hacer a la dolarización, tanto desde el punto de vista teórico como empírico. El argumento denota confusión y es típico de la mentalidad de empresario prebendario devaluacionista.
A mediano y largo plazo lo que importa para la competitividad no es el tipo de cambio nominal (TCN) sino el tipo de cambio real (TCR), que es el precio de los bienes y servicios transables en relación al de los no transables.1 Este es el precio relativo más importante de la economía. Su contracara es el nivel de productividad, que no se puede aumentar simplemente devaluando la moneda. Si no hay un aumento proporcional de la productividad, una apreciación del TCR reduce la rentabilidad del sector exportador.
Cuanto más productiva una economía, menor será su TCR de equilibrio (TCRe), es decir, aquel nivel en el que se encuentra en pleno empleo y puede financiar “normalmente” el saldo de la cuenta corriente de la balanza de pagos.2
Es importante distinguir entre el TCR observado (TCR*) en un momento dado y el de equilibrio (TCRe).3 Cuanto mayor la divergencia entre ambos, mayor el desequilibrio macroeconómico. En las economías emergentes, los períodos de fuerte apreciación que llevan a que TCR* se ubique muy por debajo del TCRe generalmente terminan con una crisis de la balanza de pagos.
La política económica tiene impacto tanto sobre el TCR* como el TCRe. El gobierno puede alterar el TCR* a través de la política cambiaria sólo en el corto y mediano plazo. La política comercial tiene efectos más duraderos. Por ejemplo, la imposición de derechos a la exportación puede reducir el TCR*. Al reducir la productividad de la economía e incrementar el precio de los bienes y servicios no transables, el aumento del gasto público y la presión impositiva, la intervención estatal y el exceso de regulaciones contribuyen a reducir el TCR* y aumentar el TCRe. Es decir, a profundizar desequilibrios en la economía.
La falta de competitividad de la economía argentina es un problema estructural que no se puede resolver devaluando el peso, sino reduciendo el gasto público, los impuestos elevados y distorsivos, las innumerables regulaciones (especialmente en el mercado laboral), el fuerte proteccionismo y los múltiples subsidios que reducen la productividad de la economía. Si se pudiera aumentar la competitividad devaluando la moneda, la Argentina sería el país más competitivo del mundo.
Fijar el tipo de cambio no hará que la economía sea menos competitiva. El regimen cambiario no es el problema, sino todos los otros factores mencionados.
El argumento “dolarización implica encarecimiento” a veces va acompañado de una visión muy pesimista acerca de la posibilidad de hacer reformas estructurales en la Argentina debido a restricciones políticas. Pero como explicaré más adelante, ni siquiera si aceptáramos esa visión es desaconsejable una dolarización.
Por otro lado, la historia argentina refuta esa visión pesimista ya que durante los noventa fue posible aumentar la productividad con reformas estructurales bajo un régimen de tipo de cambio fijo. El aumento de la productividad total de factores (PTF) entre 1990 y 1998 fue el más alto de los últimos cincuenta años.
Además, hubo una mayor apreciación del TCR* durante períodos en los que gobernó el populismo (con variedad de regímenes cambiarios) en lo que va del siglo XXI que durante la Convertibilidad. Esto se puede ver en el gráfico siguiente, que muestra la evolución del valor real del peso (es decir, la inversa del TCR*) para el período abril 1991-diciembre 2001 y marzo 2005-noviembre 2015.
De hecho, una de las mayores apreciaciones del TCR de las últimas décadas se produjo entre diciembre de 2007 y noviembre de 2015, un período de intenso populismo. Históricamente, la política cambiaria bajo gobiernos populistas ha provocado una apreciación artificial del peso en términos reales, es decir, ha castigado al sector productor de bienes transables, que es el más dinámico y productivo de la economía. Al mismo tiempo el populismo ha contribuido a aumentar la brecha entre el TCR* y el TCRe.
Es importante recalcar este punto. Bajo régimenes populistas el TCR* ha exhibido un comportamiento aún más pro-cíclico que el que supuestamente debería tener bajo una dolarización: en los períodos en los que el dólar se fortaleció a nivel internacional (y en los que generalmente cayeron los precios de los commodities que exporta la Argentina), el peso se fortaleció aún más.
Esto se puede ver en los gráficos siguientes muestran la evolución del valor real de la moneda doméstica para la Argentina, Ecuador y Estados Unidos desde 2011 hasta hoy. Durante este período hubo dos ciclos de apreciación internacional del dólar: 1) entre mediados de 2011, y 2) principios de 2017 y entre fines de 2020 hasta hoy. En la Argentina en ambos períodos gobernó el populismo mientras que en Ecuador sólo en el primero. Como se puede observar, la apreciación del TCR fue significativamente más pronunciada en la Argentina que en Ecuador, cuya economía está dolarizada desde enero de 2000.4
Estos gráficos también permiten confirmar que la volatilidad del TCR* fue significativamente más alta en la Argentina. Siendo el TCR el precio relativo más importante de la economía, cuanto mayor su volatilidad, más costoso para el sector privado asignar recursos productivos a la producción de bienes transables. Consecuentemente, ceteris paribus, menor será la tasa de crecimiento real del PBI per cápita.
Lo antedicho también permite desechar de plano el argumento de que la política cambiaria sirve para amortiguar los shocks externos y por lo tanto es desaconsejable una dolarización. En realidad, en la Argentina, la política cambiaria ha contribuido a magnificar el impacto de esos shocks.5
La comparación con Ecuador también permite desechar el argumento de que como es imposible reformar la economía argentina no conviene dolarizar: hoy Ecuador con el dólar y sin reformas está mejor que la Argentina con el peso y sin reformas.
Otro punto importante a destacar es que dado que la libre flotación cambiaria en la Argentina ha probado ser un régimen inviable (al igual que en la mayoría de las economías emergentes), descartado un régimen de tipo de cambio (convertibilidad o dolarización), sólo queda como posibilidad un régimen híbrido con controles, devaluaciones discrecionales y tipos de cambio múltiples. Este tipo de régimen no sólo ha tenido pésimos resultados en la Argentina sino también en el resto del mundo. La tabla siguiente, que resume los datos para 159 países para el período 2020-2022, demuestra una clara asociación entre regímenes híbridos e inflación.
Hay otro argumento relacionado con el TCR que en las actuales circunstancias favorecería una dolarización. Como explicó recientemente el economista Scott Sumner, estamos en el momento más oportuno para dolarizar, ya que, en términos reales, el valor real dólar se encuentra en sus máximos históricos.
Nada garantiza que el dólar no se siga apreciando pero una de las leyes más poderosas de los mercados es la reversión a la media.6 El contraste con el inicio de la Convertibilidad es notable. Hoy, en términos relativos, el valor del dólar es 40% superior al de aquel entonces (y 30% por encima del promedio del período 1960-2023).
En conclusión, es mucho más probable que la Argentina pueda completar las reformas estructurales que generen un aumento sostenido de la productividad (y, por ende, una caída del TCRe) bajo una dolarización que bajo cualquier otro esquema en el que sobreviva el peso (y la inflación). Que la Argentina se “encarezca” en dólares no es necesariamente algo negativo. En Estados Unidos la misma canasta de bienes y servicios es más “cara” que en la Argentina pero el ingreso per cápita también es más alto. Emplear este argumento para objetar una dolarización es absurdo. Siguiendo la misma lógica, sería más conveniente africanizarnos (ser más baratos en dólares). Sólo los empresarios prebendarios pretenden aumentar su competitividad con una devaluación del peso, que perjudica mayormente a los trabajadores.7
La dolarización no sólo es aconsejable para la Argentina sino que además es posible. En las actuales circunstancias obviamente requiere apoyo financiero del exterior, que es asequible con un plan coherente y políticamente viable de reducción del gasto público y reformas estructurales. Le va a costar mucho más caro a la Argentina tratar de sostener el peso que dolarizar. De hecho, una dolarización bien diseñada implica un ahorro fiscal.
Los precios de los bienes y servicios transables (PT) se fijan en dólares en el mercado internacional mientras que los de los bienes y servicios no transables (PNT) surgen de la interacción de su oferta y demanda domésticas. El TCR resulta de multiplicar el índice de PT por el tipo de cambio nominal (TCN) y dividir este producto por el índice de PNT.
Edwards (1989) define al TCR de equilibrio como “aquel precio de los bienes transables con relación a los no transables que, para unos valores sostenibles dados (de equilibrio) de otras variables relevantes –tales como los impuestos, los precios internacionales y la tecnología– genera simultáneamente un equilibrio interno y externo. El equilibrio interno significa que la demanda y oferta en el mercado de bienes no transables se igualan y se espera que se mantengan equilibradas en el futuro. En esta definición del tipo de cambio real de equilibrio está implícito que el equilibrio ocurre cuando el nivel de desempleo está en su tasa natural. El equilibrio externo se alcanza cuando se cumple la restricción presupuestaria intertemporal, según la cual el valor [presente] descontado de la cuenta corriente de un país se iguala a cero. En otras palabras, el equilibrio externo implica que los saldos en cuenta corriente (presentes y futuros) son consistentes con los flujos de capital sostenibles a largo plazo”.
El problema es que no es tan fácil estimar el TCRe. Hay dos maneras de hacerlo. La primera es simplemente tomar aquel valor histórico en el que la economía se encontraba en equilibrio. La segunda, más precisa, requiere la estimación econométrica de un modelo. Para una discusión del tema ver Edwards (1989).
El gráfico muestra la inversa del TCR, es decir el valor real del peso. La convención usual es expresar el TC en pesos por dólares. En el gráfico se expresa en dólares por pesos lo cual permite visualizar más fácilmente el fenómeno descripto.
Según Dornbusch (2001), en las economías emergentes la política cambiaria históricamente ha sido un instrumento desestabilizador.
La evolución del valor del dólar a nivel internacional en los próximos años dependerá de una variedad de factores (crecimiento del PBI, déficit fiscal, productividad, etc.) que tendrán también impacto sobre la tasa real de interés. Como se puede apreciar en el gráfico siguiente, históricamente ambas variables se han movido en sentido contrario. Actualmente, la combinación de una política monetaria restrictiva y una política fiscal expansiva han contribuido a que las tasas reales de interés se encuentren en su nivel más elevado desde septiembre de 2007 y, consecuentemente, también al fortalecimiento del dólar.
Como ha explicado Dornbusch (2001), bajo un régimen con devaluaciones sorpresivas los salarios reales de equilibrio promedio serán más bajos bajo un régimen de tipo de cambio fijo.
¿Por qué tenemos a Messi en el banco ..?