El economista Carlos Melconian, que ambiciona ser el próximo Ministro de Economía, se pasea por los medios y en su habitual estilo campechano sostiene que la conveniencia de la dolarización es debatible en el plano teórico pero irrelevante en la práctica porque en la Argentina actual no se puede implementar.
Melconian tiene algo de razón respecto al primer punto. Hay economistas de la talla de Friedman, Mundell, Barro, Alesina, Summers, Calvo, Dornbusch, Roubini y otros que han apoyado la dolarización para países que han demostrado incapacidad en lograr la estabilidad de precios con su política monetaria, y hay otros muy reconocidos como Krugman, Stiglitz, etc. que se oponen. El debate es sano y las dos posiciones son defendibles. Se puede sintetizar como un trade-off entre los beneficios de la credibilidad versus los costos de la inflexibilidad.
Lo que no queda del todo claro es en que lado de ese debate está Melconian. Debería aclararlo explícitamente porque esto le permitiría a su audiencia entender mejor la segunda parte de su afirmación, que es demostrablemente falsa. Caso contrario, parecería que lo que en realidad quiere hacer es abortar el debate.
Si Melconian coincide en que una inflación alta, volátil y persistente es el principal problema que enfrenta la economía argentina, lo primero que debería preguntarse es lo siguiente: ¿En un país que en 200 años de historia monetaria no ha tenido períodos duraderos (más de 5 años seguidos) de estabilidad sin atar su moneda a un patrón monetario internacional es una solución realista insistir con moneda propia?
Si la respuesta es negativa, surge otra pregunta obvia: ¿existe algún mecanismo que hoy nos permita “atarnos” firmemente a un patrón monetario internacional estable? Si. Darle curso legal a una moneda estable o fijar el valor de la moneda propia a esa moneda con un regimen de tipo de cambio fijo como el de caja de conversión (currency board).
¿Cuál de estos mecanismos sería más conveniente dadas nuestras circunstancias actuales? Para responder esta pregunta basta estudiar un poco de historia económica argentina.
Tuvimos un régimen de caja de conversión que funcionó bien entre 1867 y 1874 y muy bien entre 1900 y 1930 (aunque con una interrupción entre 1914 y 1927). Durante este último período el peso fue considerado una moneda fuerte a nivel internacional. Luego de la Gran Depresión se inició un período más volátil durante el cual se creó el BCRA (1935). Aún así, durante el período 1930-1943 la inflación argentina no fue significativamente diferente a la del promedio de Canadá y Estados Unidos. Es decir, no nos alejamos mucho del mundo.
Luego a partir de 1944 el populismo se instaló como factor permanente de la política argentina. Desde entonces los ciclos de alta inflación sólo fueron interrumpidos de manera duradera durante la convertibilidad, que fue un esquema de caja de conversión aun más estricto desde el punto de vista monetario que el de 1899. Sin embargo, este esquema fue revertido de manera abrupta y desprolija en diciembre de 2001 y enero de 2002 con consecuencias traumáticas que todos conocemos.
En un país normal en el que existe separación de poderes y el Estado no puede vulnerar impunemente los derechos de propiedad de los ciudadanos, un régimen de caja de conversión puede funcionar relativamente bien. En la Argentina, la anomia institucional desaconseja este esquema ya que nuestra propia experiencia demuestra que es fácilmente reversible, y por lo tanto, hoy no sería creíble. Además, un esquema de caja de conversión con un sistema bi-monetario es muy vulnerable.
Esto quiere decir que debemos descartar la convertibilidad con el dólar, el real, el euro o cualquier otra moneda. De hecho, cualquier solución en la que el peso co-exista con una moneda fuerte tiene altas probabilidades de fracasar, no sólo debido a la anomia institucional, sino también debido al descalce cambiario. Una economía bifurcada monetariamente sería inherentemente inestable. Si el sistema bancario acumula dólares en detrimento de pesos, en algún momento el poder político no resistirá la tentación de “manotear” los depósitos denominados en la moneda estadounidense.
Consecuentemente, si nos queremos atar a un patrón monetario estable, la mejor manera de hacerlo es directamente. Como la economía argentina ya está de facto dolarizada, lo más lógico es adoptar el dólar como moneda de curso legal.1
Melconian agrega como argumentos en contra de una dolarización las siguientes observaciones:
Hay 190 países en el mundo y solo un puñado no tiene banco central.
Primero, viene la estabilidad, después viene la moneda.
La primera afirmación es falsa. El FMI tiene 196 miembros y según el BIS hay sólo 182 bancos centrales (incluyendo 20 de los países de la eurozona, que deberían restarse de esa cifra). Por otro lado, basta revisar el informe anual que publica el FMI sobre los régimenes y restricciones cambiarias de sus países miembros para verificar que 25 países han decidido atarse a una moneda estable como el dólar y el euro (o una canasta de monedas), adoptándola directamente o fijando irrevocablemente el valor de su propia moneda a ella a través de un esquema de caja de conversión. A lo que habría que agregar los 20 países de la eurozona.
O sea que el argumento de que la Argentina dolarizada sin banco central sería una rara avis no tiene mucho sustento empírico como objeción a una dolarización. Menos aún desde el punto de vista teórico.
Si de rara avis se trata, lo que Melconian debería tener en cuenta es que en el último cuarto de siglo, la Argentina, junto Venezuela y Zimbabwe, son los tres países que han tenido mayor cantidad de años con crecimiento negativo del PBI y tasa de inflación anual superior al 10%. Por algo son los tres países que desde hace años se disputan el podio de la mayor inflación en el mundo.
En el contexto de nuestra larga y volátil historia monetaria, esta evidencia sugiere de manera muy contundente que proponer “mas de lo mismo” o “lo que hace el resto” es creer en soluciones mágicas. Hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos mas que señal de locura es señal de estupidez crónica.
No hay duda que el plan de Melconian pueda “comprar” dos años de estabilidad como 2016 y 2017. Pero serán seguidos por lo que vino después. Un paso para adelante y dos para atrás acelera el atraso y destruye la esperanza.
Pensar que primero viene la estabilidad y luego la moneda es un sinsentido. Sorprende que provenga de un economista con muchos años de experiencia. La disyuntiva es tal como la planteó Prebisch en 1955: moneda sana o inflación incontenible.
Melconian debería explicar por qué la probabilidad de éxito (definido como crecimiento sostenido con estabilidad duradera) de la solución que el plantea (y sobre la que nunca da muchos detalles) es más alta que la que tendría una dolarización. Por que si es más baja, lo que debería estar pensando es como se podría implementar una dolarización. El argumento de que no hay reservas es fácilmente refutable.
La posición de Melconian es intelectualmente deshonesta. Si se opone a la dolarización que lo diga y explique por qué. Decir que es imposible es una manera de abortar el debate. Sólo podemos especular sobre las razones que motivan su postura. ¿Quizás no sabe como implementar una dolarización? Si su ambición es ser Ministro de Economía, debería implementar la mejor solución, no la que le resulte más fácil.
Hay entre 5 y 6 veces más dólares billetes en la economía argentina que pesos.
Emilio, increíble análisis y una pena muy grande que el supuesto futuro ministro de economía (del Pro) intente de nuevo lo que ya intentaron con Macri en 2016-2019.
Una consulta, algun lugar donde pueda comprar su libro en Uruguay?
Saludos
Sebastian Musso
Buenas tardes, tengo 61 años y dos preguntas por el momento. Que hay de cierto sobre lo que expresó el Presidente de la Corte Suprema sobre la inconstitucionalidad de la medida y segundo porqué si es la solución nunca en la historia económica del país se llegó no solo a aplicar sino ni siquiera a proponer ni debatir desde los lugares de decisión. Tan masoquistas son nuestros gobernantes que teniendo la solución al alcance de la mano nunca la tomaron o será que el beneficio personal de ellos pasa por tener pobreza, indigencia, inflación o tener el billete más alto en circulación que equivale a u$s 2,50. Ojalá su idea algún día pueda cristalizarse.